21/11/2025
Existen apps para todo. La canción que le resuena a uno en la cabeza durante días se puede escuchar con una simple búsqueda, el video exacto aparece antes de ser solicitado y las respuestas aún no formuladas ya están sugeridas en la pantalla. Esa eficiencia casi automática instaló la idea de que la espera es un defecto y no una instancia natural. Sin embargo, detrás de esta comodidad absoluta se esconde un efecto menos visible; se trata de la erosión de la paciencia, la pérdida del criterio propio y la creciente dependencia de sistemas que deciden qué vale la pena ver, escuchar o pensar.
Hay casos de gente que ni siquiera puede hacer actividades cotidianas, como comer o cepillarse los dientes, sin ver un video de YouTube o TikTok. Esta última aplicación resulta aún más adictiva por el componente del scrolleo, que lleva al usuario a deslizar el dedo por la pantalla video tras video hasta encontrar alguno que lo cautive, que le llame la tención y lo haga quedarse, para luego ser olvidado tan solo instantes después. Con la función de x2, que acelera la velocidad de reproducción (aunque la duración sea tan solo de 15 segundos), aumenta la ansiedad por pasar a "otra cosa". Algo nuevo, algo diferente, algo que promete ser mejor.
De hecho, los attention span, o la capacidad de mantener la atención durante un determinado período de tiempo, se han vuelto más cortos. Lo que no sucede ya, lo que no es inmediato, no sirve y es descartado inmediatamente. Otro tipo de actividades que no incluyen el teléfono se han vuelto más pesadas y tediosas, como por ejemplo, para el estudiante universitario promedio es prácticamente imposible concentrarse para leer un texto de la facultad, y más aún si está escrito "en dificíl". La tentación de agarrar el teléfono y pasarse horas conversando con amigos, mirando Instagram, leyendo opiniones de Twitter es mucho más fuerte. Incluso existe aquel que se propone estudiar con música y acaba por distraerse fácilmente.
La cultura de la inmediatez impone un ritmo que ya no se limita al entretenimiento, sino que se extiende al trabajo, al estudio y a los vínculos. Los algoritmos no solo recomiendan contenido, también regulan los tiempos de atención y establecen qué estímulos resultan lo suficientemente breves e intensos para competir en un ecosistema saturado. Cualquier proceso que requiera pausa, concentración o reflexión queda relegado porque no coincide con el pulso acelerado que domina las pantallas.
La lógica algorítmica funciona bajo una idea central que se repite una y otra vez. Cuanto menos tiempo transcurre entre un estímulo y otro, mayor es la retención del usuario. Por esa razón, el contenido tiende a volverse cada vez más corto, más directo y más llamativo. La lectura prolongada y el pensamiento sostenido terminan experimentándose como esfuerzos desmedidos. El cerebro, entrenado para obtener gratificación inmediata, se incomoda frente a cualquier tarea que no ofrezca resultados al instante.
Este fenómeno afecta no solo la concentración, sino también la capacidad de aburrirse, un estado fundamental para la creatividad y la formación de ideas propias. El aburrimiento, entendido como ese intervalo mental donde se producen asociaciones nuevas, fue reemplazado por un flujo permanente de estímulos. Cuando el silencio se vuelve insoportable, las plataformas aparecen como una salida automática y así se consolida un circuito en el que la dependencia tecnológica se fortalece sin que resulte evidente.
Mientras todo esto ocurre, las plataformas perfeccionan sus mecanismos de personalización. Analizan hábitos, horarios, preferencias y estados emocionales con el fin de anticipar qué contenido generará la próxima descarga de dopamina. El resultado es un entorno que ofrece la sensación de libertad de elección, pero que en realidad orienta hacia decisiones previamente diseñadas. Lo inmediato se convierte en regla y cualquier actividad que escape a ese modelo, como estudiar, leer, pensar o simplemente esperar, se vuelve cada vez más ajena y más difícil de sostener; porque el objetivo principal de los dueños de las empresas de entretenimiento es que los usuarios pasen cada vez más horas atrapados dentro de esa red para facturar más dinero a costa de su tiempo y energía.